domingo, 20 de março de 2011

Ditaduras e a justiça de transição

Agradeço ao Prof. Dr. José Ribas Vieira a notícia


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EL PAIS 

TIMOTHY GARTON ASH 20/03/2011

Nos guste o no, Alemania sigue siendo la referencia mundial en materia de
maldad política. Hitler es el Diablo de una Europa laica. El nazismo y el
Holocausto son comparaciones que utiliza la gente en todas partes. La Ley
de Godwin, así llamada por el abogado estadounidense Mike Godwin, defensor
de la libertad de expresión, afirma que "a medida que se prolonga un
debate en la Red, la probabilidad de que haya una referencia o una
comparación con Hitler o los nazis se aproxima a 1".

Una rápida purga administrativa puede ser más eficaz que unos juicios
selectivos

No estaría mal que Egipto pidiera consejo sobre la mejor manera de abrir
sus archivos
Es una realidad con la que los alemanes actuales tienen que vivir. Pero
existe otra cara de la moneda que es más brillante. Porque la experiencia
de lidiar con dos dictaduras, una fascista y otra comunista, ha permitido
que Alemania sea también el punto de referencia sobre cómo abordar un
pasado difícil. El alemán moderno utiliza dos palabras,
Geschichtsaufarbeitung y Vergangenheitsbewältigung, para describir este
complejo proceso de abordar, desentrañar e incluso "vencer" un pasado
difícil. Algo que nadie ha hecho mejor que Alemania, con aptitudes y
métodos desarrollados para enfrentarse al pasado nazi y perfeccionados
después con el legado de la Stasi. Así como se emplean normas alemanas
para evaluar muchos productos industriales, las famosas normas DIN,
existen también unas normas DIN para superar el pasado.

Ahora, los países árabes, que luchan para salir de años de oscuridad bajo
sus dictadores, pueden aprender de Alemania. Además de un aspecto tan
importante como la restitución y la compensación a las víctimas, la
superación del pasado, en general, tiene tres facetas fundamentales:
juicios, purgas y lecciones de historia.

Nuestras ideas actuales sobre la necesidad de someter a juicio a los
responsables de "crímenes contra la humanidad" se remontan a los juicios
de los dirigentes nazis en Núremberg. Pero, aunque Núremberg sentó un
precedente crucial, tuvo dos grandes fallos: los "crímenes contra la
humanidad" por los que se juzgó a los acusados no eran delitos de derecho
internacional en el momento de cometerlos, y entre los jueces hubo
representantes de la Unión Soviética, a su vez culpable de crímenes contra
la humanidad durante el mismo periodo. Se podría acusar a Núremberg de
haber sido una justicia de vencedores, selectiva y con efectos
retroactivos.

Por suerte, el Tribunal Penal Internacional que tenemos hoy, y ante el que
pueden comparecer los dirigentes árabes, evita en gran medida esos fallos.
Las leyes internacionales están firmemente establecidas y este es un
tribunal creado como es debido, aunque es una vergüenza que todavía no
cuente con la participación de Estados Unidos, China ni Rusia.

Si los juicios internacionales son complicados, los que se llevan a cabo
con arreglo a leyes y jurisdicciones nacionales pueden serlo todavía más.
Y ese es un aspecto en el que Alemania no lo ha hecho mejor que los demás.
Los juicios de los exdirigentes de Alemania del Este como Erich Honecker,
dejaron mucho que desear y con frecuencia acabaron en fracaso. Dado que en
casi todos los regímenes totalitarios o autoritarios hay muchas personas
cómplices, lo normal es que se produzcan contradicciones. O castigamos a
los peces pequeños y dejamos que se marchen algunos peces gordos, o damos
un castigo ejemplar a unos cuantos peces gordos pero dejamos a otros, y a
los tiburones más pequeños, en libertad.

El mes pasado, tres esbirros del régimen de Mubarak -el magnate del acero
Ahmed Ezz y los exministros de Vivienda y Turismo- llegaron a un juzgado
de El Cairo, en medio de una lluvia de piedras, para comparecer por
acusaciones de corrupción. No me cabe duda de que eran muy corruptos,
¿pero más que algunos de los generales que los estaban sacrificando como
ofrendas a una multitud indignada?

En circunstancias así, una rápida purga administrativa puede ser más
eficaz, e incluso más justa, que unos juicios selectivos que se convierten
en espectáculo. Consiste en que el país que está saliendo de una dictadura
decide que hay algunas personas tan involucradas en las barbaridades del
viejo régimen que dejar que sigan en activo en cargos importantes pone en
peligro el nuevo orden. Estas medidas también tienen precedentes en
Alemania. La "desbaazificación" de Irak y la "descomunistización" de
Europa del Este tras 1989 se inspiraron en la "desnazificación" a partir
de 1945. Pero la desnazificación también fue selectiva, y se interrumpió
de forma brusca cuando Alemania Occidental se convirtió en Estado
independiente en 1949.

Un ejemplo mejor es quizá la investigación sistemática de los vínculos de
los funcionarios con la Stasi, la policía secreta de Alemania del Este.
Tras la unificación alemana en 1990, se creó un ministerio para examinar
los archivos de la Stasi. La gente lo llamaba "la autoridad Gauck", por su
primer responsable, Joachim Gauck. En mi opinión, quisieron abarcar
demasiado. ¿De verdad había que investigar si cada cartero se había
relacionado con la policía secreta? Pero el procedimiento en sí era
riguroso, justo y apelable.

Alemania es excelente en lo que yo llamo las lecciones de historia.
Después de un periodo de callar y reprimir el pasado nazi en los años
cincuenta y primeros sesenta, Alemania Occidental empezó a investigar,
documentar y enseñar con toda minuciosidad su difícil historia. Y la
Alemania unida demostró que había aprendido las lecciones y lo hizo aún
mejor con el legado comunista oriental. Se formó una comisión de la
verdad, llamada Enquete Kommission. Se abrieron los archivos de la Stasi;
se hicieron estudios; se aprendieron lecciones.

También la "autoridad Gauck" fue fundamental en esta clase magistral de
cómo superar el pasado, porque permitió que cualquiera que se hubiese
visto perjudicado por las acciones de la Stasi, tuviera acceso a los
expedientes. Hasta ahora, ha recibido nada menos que 2,7 millones de
solicitudes de particulares para obtener o leer información de los
archivos. Esta semana nombraron al tercer responsable del organismo,
Roland Jahn, otro antiguo disidente de Alemania del Este. Por tanto, ahora
ha pasado a ser la "autoridad Jahn". Se dice que tal vez no se cierre en
2019, como estaba previsto, sino que es posible que prolongue su
actividad.

Como es natural, resulta muy improbable que ningún país árabe salido de la
dictadura haga algo semejante, ni en dimensión ni en calidad. Aparte de la
cultura legal, académica, periodística y administrativa tan desarrollada
que se necesita para sostener un ministerio de los archivos como el de
Alemania, es además un procedimiento muy caro. Los jóvenes árabes en paro
y sin vivienda pueden pensar que sus Gobiernos tienen cosas más urgentes
en las que gastar el dinero. Ahora bien, una vez decidido el cierre de su
temido Servicio de Seguridad del Estado, no estaría mal, tal vez, que
Egipto pida a Joachim Glauck que vaya a aconsejarles cuál es la mejor
forma de abrir sus archivos.

Hay que ser precavidos. En las últimas semanas he oído decir muchas veces
a europeos bien intencionados, pero demasiado satisfechos de sí mismos que
"tenemos una rica experiencia de transiciones de la dictadura a la
democracia y debemos ofrecérsela a nuestros amigos árabes".

Lo primero es escuchar a quienes están allí, en el norte de África y
Oriente Próximo. Es posible que sus prioridades y necesidades sean
diferentes. Y una lección que nos enseñaron las transiciones de Europa del
Este tras la caída del comunismo en 1989 es que no se puede aplicar un
modelo occidental como si tal cosa. El mismo error que se cometió cuando
Alemania Occidental, a menudo tan inflexible, incorporó Alemania del Este.

Por consiguiente, lo que debemos ofrecer a nuestros amigos de la otra
orilla del Mediterráneo no es un modelo, sino unas herramientas. Unas
herramientas entre las que ellos puedan escoger cuáles utilizar, cuándo,
dónde y cómo. Entre esas herramientas para la transición debe haber, sin
duda, un juego de llaves inglesas relucientes, que son las normas DIN para
superar el pasado. Y esas llaves inglesas, como tantas otras exportaciones
europeas, llevarán el letrero made in Germany.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad
de Oxford, investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad
de Stanford.

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